Novasinergia 2023, 6(2), 62-75 63
1. Introducción
La movilidad peatonal urbana es una necesidad básica de las personas para trasladarse de
un lugar a otro, es la variación de la posición de un cuerpo moviéndose por pasillos, corredores,
aceras, escaleras, rampas; su efectividad está supeditada a la conectividad que ofrece el espacio
público de la ciudad para la interrelación de sus actividades (Samudio Córdoba, 2021), resaltando
que la proximidad física a los espacios públicos no es garantía de su uso, un individuo decide usarlo
o no en función de su capacidad de consumo o percepción particular cuestionado por la conectividad
digital. Es fundamental la interacción cara a cara de los grupos sociales y acceder caminando a tales
espacios construidos (Mayorga & Hernández, 2018). En el uso del espacio público inciden los
recursos urbanos o núcleos atractores de afluencia de personas residentes y visitantes, en la
estructura urbana las modalidades de movilidad que dispone un lugar imprimen un rol
determinante que define la accesibilidad y conectividad, la efectividad de tales atributos es medible
a escala territorial menor como un sector o un barrio (Suárez Falcón et al., 2016).
En tales núcleos atractores la infraestructura vial es esencial en su posicionamiento geoeconómico.
En el caso de la ciudad de Guayaquil, Ecuador, como en otras ciudades latinoamericanas, se
planifica, consolida y expande favoreciendo al vehículo, sin priorizar al peatón. Este efecto ha
provocado que los tiempos de desplazamientos sean más largos y exista congestionamiento vial;
frente a tal escenario heredado y para generar una ruptura, un cambio social que conlleve a
reconfigurar el espacio público a favor de los peatones se propone el estudio de esta zona.
A nivel mundial en la década de los 60, Copenhague se convirtió en una de las primeras ciudades
europeas en reducir en su centro urbano el tránsito automotor y las plazas de aparcamiento,
generando mejores condiciones para la vida urbana y mayor permanencia dentro de las ciudades,
en España en la década de 1980, la sociedad civil emprende un plan de acción y propuestas para la
supresión de todo tipo de barreras arquitectónicas, urbanísticas, de transportación, comunicación e
información (López, 2002), enfocadas en la reactivación de la movilidad peatonal, bajo un enfoque
sistémico en un entorno protegido amigable con el medio ambiente, seguridad ciudadana, aumento
de áreas verdes y uso de espacios públicos, contribuyendo de manera positiva no solo en la
economía del lugar sino en la salud pública de las personas (Fernández Garza et al., 2019). En
Barcelona, los Juegos Olímpicos de 1992 permitieron su posicionamiento internacional y fue el
impulsor de su transformación urbana económica y social priorizando la rehabilitación creación y
obtención de espacio público para los peatones en una trama urbana consolidada y de dominio de
los automóviles, uno de sus distrititos emblemáticos con tal actuación urbana es Ciutat Vella, con
una red de calles peatonales accesibles y de cohesión social. De acuerdo con Santamaría Hernández
(2017), una de las recientes intervenciones en Barcelona es el Barrio de Poblenou que refleja el
dominio de las personas sobre el espacio público, propiciando vida social, vecinal y comunitaria,
como se puede apreciar en las Figuras 1 y 2.
Se debe considerar que el caminar no solo es la manera más antigua de transporte terrestre que tiene
el hombre, es una acción que permite compartir el espacio público para circular, socializar y
desarrollar actividades opcionales de la vida urbana propias de la naturaleza humana y alineada a
los objetivos del desarrollo sostenible por reducir la huella de carbono en la ciudad, alentar a
caminar como parte de la rutina diaria es un componente indispensable de cualquier política de
salud pública (Gehl, 2014).