Novasinergia 2025, 8(1), 81-98 82
1. Introducción
El Ecuador se encuentra en la zona con mayor peligrosidad sísmica, localizada en las
costas continentales e insulares del Océano Pacífico conocida como el Cinturón de Fuego,
lugar en el que ocurren la mayor parte de sismos a nivel mundial (Cueva, 2017).
Nuestro país es un territorio sísmicamente activo, que históricamente ha sido afectado por
numerosos terremotos muy destructivos; entre los cuales, se pueden citar los terremotos de:
Esmeraldas en 1906 (M=8.8), uno de los más grandes registrados en el mundo, Ambato en
1949 (M=6.8), que dejó cerca de 5050 fallecidos (USGS), Reventador en 1987 (M=6.1 y 6.9),
que provocó deslizamientos de lodo, avalanchas de rocas y la destrucción parcial del
oleoducto ecuatoriano, Bahía de Caráquez en 1998 (M=7.2), que afectó cerca del 60% de las
edificaciones de la zona (Ortiz, 2013), Pedernales en 2016 (M=7.8). Estos sismos demostraron
que gran parte de la infraestructura presenta una alta vulnerabilidad sísmica, provocando
que las autoridades tomen parte en el asunto e inicien programas que permitan disminuir
el riesgo (Cueva, 2017).
La no concordancia entre la estructura proyectada por el ingeniero calculista y la construida,
la calidad de los acabados y las excesivas derivas permitidas en el análisis son las causas
principales de los daños. En el análisis convencional de estructuras aporticadas, usualmente
se asume que solo las vigas, las columnas y la cimentación constituyen el esqueleto de la
estructura y, en consecuencia, son los únicos elementos que se consideran al evaluar su
resistencia, rigidez y ductilidad. Consecuentes con este planteamiento, los muros divisorios
y de fachada, indispensables en cualquier construcción, deberían ser independientes del
sistema estructural y no deben afectar su funcionamiento; para ello, deben aislarse de la
estructura mediante un adecuado procedimiento constructivo. El aislar los muros de la
estructura complica y encarece el procedimiento de construcción; razón por la cual,
generalmente esto no se realiza, y la mampostería adosada a las columnas restringe el
movimiento relativo entre dos pisos consecutivos alterando el modelo concebido para el
análisis (Rochel, 1993).
La mampostería no estructural es un sistema que consiste en la colocación de bloques de
hormigón o arcilla unidos con mortero entre sí, con el fin de generar paredes divisorias
resistentes y duraderas. Este sistema es el más empleado actualmente debido a que presenta
varias ventajas, tanto a nivel económico como constructivo. La principal ventaja es la
reducción del peso de los muros en comparación con muros de hormigón armado (Espinosa,
2018).
En el proceso de modelación de una estructura, al tener en cuenta las cargas sobre el muro
de mampostería, se debe también valorar la resistencia de la pared para lograr resistir esas
cargas. De ahí la necesidad del ingeniero de conocer que puede debilitar o fortalecer la
resistencia del muro a diseñar, ya que, dependiendo de su rigidez, así será su resistencia a
las cargas que lo someten (Moya, 2011).
La mayor degradación de rigidez se presenta en los ciclos a bajas distorsiones, incluso
menores que las asociadas al primer agrietamiento inclinado en la mampostería. Esto
significa que, aun cuando el daño no es observable, la estructura pierde rigidez ante sismos
de intensidad baja y moderada (Alcocer, 1997).